viernes, 1 de octubre de 2010

Las metamorfosis del rostro de un ángel islámico y la llamada “Guerra contra el terrorismo”

Henry Corbin (1903-1978) es, probablemente, el más importante estudioso occidental del Islam chiíta. Su vasta obra incluye títulos traducidos al español como “El hombre y su ángel”, “Historia de la filosofía islámica”, “Cuerpo espiritual y Tierra Celeste” y “El hombre de luz en el sufismo iranio”, entre muchos otros. Precisamente en “El hombre de luz…” nos encontramos con una figura, particularmente inquietante, de la angelología islámica: la Daena.
Giorgio Agamben, en su libro “Profanaciones”, ha descrito a la Daena de este modo: “Según esta doctrina, el nacimiento de todo hombre es presidido por un ángel llamado Daena, que tiene la forma de una bellísima niña. La Daena es el arquetipo celeste a cuya semejanza el individuo ha sido creado y, al mismo tiempo, el mudo testigo que nos acecha y acompaña en cada instante de nuestra vida. No obstante, el rostro del ángel no permanece idéntico a lo largo del tiempo, sino que, como el retrato de Dorian Gray, cambia, imperceptiblemente, con cada una de nuestras acciones, con cada palabra, con cada pensamiento. Así, en el momento de la muerte, el alma ve a su ángel venir a su encuentro transformado, según la conducta que haya tenido a lo largo de su vida, en una criatura todavía más bella o en un demonio horrendo que le susurra: “Yo soy tu Daena, aquella que tus pensamientos, tus palabras y tus actos han formado”. Fin de la cita de Agamben.
Imaginemos, por un momento, que la Daena, esa poderosa metáfora creada por los místicos iraníes, existe fuera de las páginas de los textos religiosos. Imaginemos, además, que cada uno de los mercenarios y soldados regulares norteamericanos, muertos en Irak o Afganistán, se encontró, finalmente, cara a cara con su Daena. Resulta casi inimaginable la monstruosidad de los rostros que podrían haber visto, tras cruzar el umbral definitivo, luego de los espantosos crímenes que  cometieron en esas dos guerras tan deshonrosas. Pero lo que resulta absolutamente inimaginable, más allá de cualquier horror descrito por la mente alucinada de un Poe o de un Lovecraft, serían los rostros de las Daenas con las que podrían encontrarse, cuando les llegue la hora, gente como Bush o Cheney.
Henry Corbin

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