sábado, 25 de septiembre de 2010

DIÁLOGO SOBRE EL PODER DE CARL SCHMITT


Extraordinario texto, escrito para la radio, por Schmitt:

PROTAGONISTAS DEL DIÁLOGO:
E.- (un joven estudiante pregunta) C. S.- (responde)
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E.-Antes de que hable Usted sobre el poder, tengo que preguntarle una cosa.
C. S.- Dígame, por favor, Señor E.
E.- ¿Usted mismo tiene algún poder o no tiene Usted ninguno?
C. S.- Esta pregunta es muy pertinente y justificada.
Quien hable del poder debería decir previamente en que situación de poder se encuentra él mismo
E.- ¡Aja! Pues bien entonces, ¿tiene Usted poder o no lo tiene?
C. S.- Yo no tengo poder. Soy de los que carecen de poder.
E.- Esto es sospechoso.
C. S.- ¿Por qué?
E.- Porque entonces probablemente estará Usted predispuesto contra el poder. Disgusto, amargura y resentimiento son peligrosas fuentes de errores.
C. S.- ¿Y si yo perteneciera a los que tienen poder?
E.- Entonces, probablemente, estaría usted predispuesto a favor del poder. También el interés por el propio poder y su mantenimiento son, naturalmente, fuente de errores.
C. S.- ¿Quién, entonces, tiene derecho a hablar sobre el poder?
E.- ¡Esto debería decírmelo Usted!
C. S.- Yo diría que quizá existe aún otra posición: la de la observación y descripción desinteresadas.
E.- ¿Este sería entonces el papel del tercer hombre o de la inteligencia flotando libremente? [N.d.T. freischwebende Inteligenz]

C. S.- ¡Y dale con la inteligencia! Es mejor que no empecemos con tales subsunciones. Intentemos enfocar más bien primeramente con precisión un fenómeno histórico que todos podamos vivir o padecer. El resultado se mostrará por sí mismo.
1.
E.- Hablamos, entonces, del poder que ejercen los hombres sobre los otros hombres. ¿De dónde procede realmente el inmenso poder que, pongamos por caso, Stalin, Roosevelt o cualquier otro que pueda citarse, han ejercido sobre millones de hombres?
C. S.-En tiempos pasados se hubiese podido responder: el poder procede de la naturaleza o de Dios.

E.-Me temo que hoy en día el poder ya no nos parece algo natural.
C. S.-Eso me lo temo yo también. Frente a la naturaleza nos sentimos hoy muy superiores. Ya no la tememos. Cuando nos resulta molesta, ya sea como enfermedad o como catástrofe natural, tenemos la esperanza de vencerla pronto. El hombre -por naturaleza un ser viviente débil- se ha elevado poderosamente sobre cuanto le rodea con ayuda de la técnica. Se ha hecho el señor de la naturaleza y de todos los seres vivientes de este mundo. La barrera que sensiblemente le oponía, en otros tiempos, la naturaleza -con fríos y calores, con hambres y carestías, con animales salvajes y peligros de toda índole- empieza a ceder visiblemente.
E.-Es cierto. Hoy en día no tenemos que temer a ningún animal salvaje.
C.S.-Las hazañas de Hércules nos parecen hoy poca cosa; y si hoy un león o un lobo aparecen en una gran ciudad moderna, constituiría, todo lo más, un entorpecimiento de la circulación, y apenas se asustarían los niños. Frente a la naturaleza, el hombre se siente hoy tan superior, que se permite el lujo de instalar parques protegidos.
E.-¿Y qué sucede con Dios?
C. S.-En lo que respecta a Dios, el hombre moderno -aludo al típico habitante de la gran ciudad- tiene también el sentimiento de que Dios retrocede o que se ha retirado de nosotros. Cuando surge hoy el nombre de Dios, el hombre de cultura media de nuestros días cita automáticamente la frase de Nietzsche: Dios ha muerto. Otros, aún mejor informados, citan una frase del socialista francés Proudhon, que precede de cuarenta años a la frase de Nietzsche y que afirma: Quién dice Dios quiere engañar.
E.-Si el poder no procede ni de la naturaleza ni de Dios, ¿de dónde proviene entonces?
C. S.-Entonces solo nos queda una posibilidad: el poder que un hombre ejerce sobre otros hombres procede del hombre mismo.
E.- ¡Ah! bueno, eso está mejor. Hombres lo somos evidentemente todos finalmente. También Stalin fue un hombre; también Roosevelt o quienquiera se nos ocurra citar aquí.
C. S.-Claro, eso suena realmente tranquilizador. Si el poder que un hombre ejerce sobre otros procede de la naturaleza, entonces es, o bien el poder del progenitor sobre su prole, o la supremacía de los colmillos, de los cuernos, garras, pezuñas, vejigas ponzoñosas y otras armas naturales. Pienso que podemos prescindir aquí del poder del progenitor sobre su prole. Nos queda, pues, el poder del lobo sobre el cordero. Un hombre que tiene poder sería un lobo frente al hombre que no tiene poder. Quien no tiene poder se siente como cordero hasta que, por su parte, alcanza la situación de poderoso y desempeña el papel del lobo. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini lupus. En castellano: el hombre es un lobo para el hombre.
E.-¡Pero qué horror! ¿Y si el poder procede de Dios?
C. S.-Entonces, el que lo ejerce es posesor de una cualidad divina. Con su poder adquiere algo divino que mantiene consigo. Algo que se debería venerar, si no a él mismo, sí al poder de Dios que se da en el posesor. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini Deus. En castellano: el hombre es un Dios para el hombre.
E.-¡Oh! ¡Esto sí que es demasiado!
C. S.- Pero si el poder no procede entonces ni de la naturaleza ni de Dios, todo lo que se refiere al poder y a su ejercicio acontece exclusivamente entre hombres. Entonces estamos los hombres entre nosotros mismos. Los posesores de poder están frente a los sin poder, los potentes frente a los impotentes. Sencillamente, hombres frente a hombres.
E.-Así es. El hombre es un hombre para el hombre.
C. S.- En efecto, lo confirma el adagio latino Homo homini homo
2.
E.-Está claro. El hombre es un hombre para el hombre. Sólo porque hay hombres que obedecen a otros hombres les proporcionan a éstos el poder. Cuando dejen de obedecerles, el poder se acabará.
C. S.-Muy exacto. Pero ¿por qué obedecen? La obediencia no será arbitraria, sino que será motivada por algo. ¿Por qué, pues, dan los hombres su consenso al poder? En algunos casos lo hacen por confianza, en otros por miedo, a veces por esperanza, a veces por desesperación. Pero lo que necesitan siempre es protección, y esta protección la buscan en el poder. Desde el punto de vista del hombre, la única explicación del poder es la relación entre protección y obediencia. Quien no tiene el poder de proteger a alguien no tiene tampoco derecho a exijirle obediencia. Y a la inversa, quien busca y acepta protección no tiene derecho a negar la obediencia.
(Continúa).
Fuente:https://geviert.wordpress.com/2010/04/05/introduccion-a-los-dialogos-sobre-el-poder/
















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