martes, 2 de diciembre de 2014

Lenin, H.G. Wells y la máquina del tiempo

Imaginemos que H.G. Wells, durante su viaje a la URSS en 1920, lleva consigo un grande y misterioso contenedor trasladando una máquina del tiempo. Como se sabe el propósito central de su viaje es ir al Kremlin y entrevistar a Lenin. Luego de la hermosa entrevista que la historia ha registrado, Wells habla al líder soviético de su legendaria invención. Lo invita a utilizarla para lo cual la hacen trasladar a un sótano de la antigua residencia de los Zares. El aparato es una versión mucho más sofisticada del prototipo de 1895: Wells ha tenido un cuarto de siglo para perfeccionarlo y así se lo hace saber con orgullo a Ulianov. 


 Lenin, desde luego, desea saber sobre el futuro, tan incierto en 1920, de la URSS. Le pide al genial inglés que programe la máquina para poder ver lo que va a ser el futuro de sus líderes fundamentales, especialmente Trotsky y Stalin. Le ruega a Wells y al resto de quienes los acompañan que abandonen el cuarto y durante un lapso de tiempo que enloquece los relojes de pared de todo el palacio y que parece excesivamente breve a los que esperan afuera, Lenin se dedica a la contemplación del futuro.

 A la salida se despide de Wells, agradeciéndole la experiencia. Le pide que comparta con los científicos soviéticos los planos de la máquina a lo cual accede, generosamente, el exquisito caballero inglés. Luego, ya en su oficina y con Félix Dzerzhinski a su lado, convoca de urgencia a Trotsky y a Stalin quienes arriban, apresuradamente, al despacho. “Félix arreste ya mismo a Trotsky y que sea fusilado de inmediato por traición a la URSS, nunca ha dejado de ser un menchevique”. La orden se cumple de manera implacable y mientras se escuchan los ecos del pelotón de fusilamiento en la penumbra de la oficina, Lenin se inclina hacia Stalin quien ha permanecido todo el tiempo sentado, inmutable: “Camarada Stalin, tenemos que trabajar en algunos aspectos de su formación política…hay muchas cosas en juego…”